Anónima Zona Centro


Valladolid, 3 de mayo de 2020


Empiezo, como no, alegrándome contigo de la aprobación de la Orden, en aquel lejano 1607. Siento que esa mano me ha sido tendida, que esa "empresa" funciona. Otra cosa es lo que sea capaz de hacer con lo recibido. Y de qué manera tender a mi vez la mano a quienes me rodean, más ahora en este tiempo de coronavirus.

Te escribo pasadas las siete desde el balcón. A esta hora, como sabes, solo pasean los mayores de 70 años, edad de mis padres y muchos de mis educadores y generación especialmente castigada por el covi-19. Pasean más despacio, más silenciosos, a la vez más fuertes y más débiles que el resto y no puedo evitar una especie de reverencia interna, y de duelo, un poco rabioso, por la enorme cantidad de fallecidos y por la muerte dura de tantos.

También es domingo, día de la madre, y como madre que fuiste doy por supuesta tu empatía. Nos hablas de educar para transformar las familias. en ello estamos, ejercientes como podemos, en este estado de confinamiento tan lleno de tensiones y de ruido. Ruido constante de infancia, veinticuatro horas, con toda su importancia como bien sabes, y con todo su coste de oportunidad.

Y ruido mediático, tremendo ruido, eco de esta situación que parece irreal. Sería estupendo poder hablar contigo de política, contando también con tu experiencia familiar en cargos públicos y de relevantes pensadores de tu tiempo. ¿Qué pensarás de los políticos y analistas del nuestro? Su forma de tratarnos, de tratarse entre ellos, sus decisiones y el motivo por el que las toman.

Y en todo; tu querida Compañía de María y quienes somos cercanos a ella como la Red Laical, en los paseantes, en la familia, en la sociedad; el Espíritu de Dios. A Quién nombras en tu carta y nos habita y acompaña.

Desde esta certeza y agradeciendo tus palabras de compañía y ánimo me despido, hasta otra insólita ocasión como esta, en que tengas a bien nada menos que escribirnos una carta.

Con mucho cariño.